jueves, 17 de febrero de 2011

Hasta los grandes viajes empiezan con un solo paso

Aún no he cumplido los 55, y ya tengo 6 dioptrías. Sin duda, el mejor momento para convertir lo que hasta ahora ha sido una afición más, en una de las que competirán por pedazos importantes de mi tiempo y dinero.

Los Caminos del Señor son caprichosos, y el mío tomó éste nuevo rumbo cuando mi plácida existencia rural, a medio kilómetro de un pequeño pueblo de Madrid, se vió perturbada por nuevos vecinos. Hasta ahora, esas cuatro casas se usaban sólo los fines de semana, lo que me dejaba el resto de la semana con libertad completa para mis actividades al aire libre. Y una de ellas, desde hace bastante tiempo, era el tiro con aire comprimido ( en adelante, AC ).

Mi afición por las armas comenzó en mi infancia, y durante muchos años no pasó del plano teórico. Pero mi experiencia práctica se limitaba a algún tiro aislado con la pistola de mi padre, y al montaje y desmontaje de un pequeño revólver del 6.35 regalo de un familiar. Hace unos diez años, un de mis hermanos me regaló su "arsenal" de AC: una carabina Gamo Comet que aún conservo, pendiente de reparación desde hace lustros, una pistola Gamo Falcon ( 1ª serie ) y un sólido cazabalines, también Gamo. Fué entonces cuando comencé a tirar "de verdad". Sumando las dos aficiones, fueron apareciendo otras armas, réplicas de pistolas famosas, y finalmente una Gamo Shadow, que llegó a mi casa prácticamente al mismo tiempo que mis nuevos vecinos.

En éste país, lo de las armas no es una afición de la que se pueda presumir mucho. Fruto quizá de nuestra historia reciente, las armas están ligadas, en el imaginario popular, a la violencia, el dolor y la muerte. Las armas de fuego, claro. Es curioso que otras armas, como las navajas y la arquería, siendo igualmente mortales sean percibidas como algo más "normal". Aún recuerdo el sudor frío cuando, probando un arco casi "de juguete" - el que se vendía en Decathlon como exento de licencia - ví con horror como la flecha describía una elegante y silenciosa parábola mucho más alta de lo que yo había pensado,  y desaparecía más allá del seto. Por fortuna, la punta metálica de la flecha se clavó en el suelo, a más de una decena de metros de mi finca.

Pero estoy divagando. El caso es que mis armas de AC eran algo que, simplemente, no podía usar a la vista del vecindario. Supongo que era lo que necesitaba para acabar de decidirme a sacar "la F".

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